El debate sobre cambio en la educación se enfrenta a dos preguntas clave: ¿cómo y para qué?. Ambas cuestiones están íntimamente unidas, o al menos deberían estarlo. Una de las tragedias de la introducción de las tecnologías de la información en la educación ha sido precisamente el pensar en el como sin analizar el porqué. Por eso surgen reacciones de respuesta, que conectan con una tradición crítica, y que empiezan a construir redes y comunidades en que participan aquellos que exploran cambios integrales que implican nuevos métodos para nuevos objetivos. Por otra parte se desarrollan líneas argumentales que, partiendo de un análisis de las evidencias de cambio radical en nuestras sociedades llegan a identificar las necesidades de cambios en los modelos educativos. Traigo aquí dos de estos análisis que, partiendo de contextos aparentemente alejados confluyen en visiones y propuestas muy similares, aunque expresadas con lenguajes diferentes.
1. John Maeda, en Our (and Yours) RISD hace referencia a un artículo de Joseph R. Bankoff, Presidente del Woodruff Arts Center, en el Atlanta Journal-Constitution (AJC), A connection to arts makes kids fit for the future, donde se propone introducir el arte en la enseñanza como una vía para desarrollar habilidades que no contempla el sistema actual, demasiado centrado en el desarrollo de las capacidades del hemisfero izquierdo cerebral (analítico, preciso). Son precisamente estas habilidades las únicas que suelen contemplar los sistemas de evaluación de la calidad de la enseñamza. Pero, al tiempo, la computación, el hardware y software, está convirtiendo en obsoletas, o al menos erduciendo su importancia, algunas de las capacidades que el hemisferio izquierdo, nuestro wetware, desarrolla. Se necesita una educación que desarrollé las capacidades propias del hemisferio derecho (sintético, emocional y empático) y las artes pueden ser la vía adecuada. De hecho, el artículo se fundamenta en las ideas de Daniel Pink, que podríamos resumir en su famosa frase “The MFA [Master in Fine Arts] is the new MBA” y que desarrolló e 2005 en su libro A Whole New Mind. (un resumen apareció en el artículo de WiredRevenge of the Right Brain).
El argumento de Pink retomado por el artículo en AJC propone, en síntesis, tres causas (los “porqués”) para la necesidad de cambio. Nuestras vidas y las que vivirán los estudiantes que están ahora en el sistema educativo sufren un enorme impacto por las tres As: abundancia, Asia y automatización. En las últimas décadas pasamos de la economía industrial a la economía del conocimiento y ahora estamos inmersos en la transición a la economía creativa propia de una era conceptual. Como respuesta a estos motores del cambio, Bankoff propone un “como” basado en tres ejes: creatividad, compasión y conceptualización:
My answer lies in developing skills in the «three C’s»: creativity, compassion and conceptualization. We need to help our children learn how to connect things creatively; how to feel what others feel so they might create what others might need, want or find useful, fun or elegant. They must learn to see how things fit into patterns or context; how to take what they know and apply it in different situations; how to seek the «big picture» in addition to memorizing the 1,000 words.
Our children need to practice working together and solving problems in groups. They need to discover that they can learn from others different from themselves. Finally, our children need to learn how to keep on learning. In short, in an economy where the highest value is moving to innovation, design, creativity, we need to be teaching these skills.
Maeda conecta las ideas de Pink con el pensamiento de diseño que engloba una aproximación que viene recibiendo diferentes nombres en los últimos tiempos (pensamiento integrativo, pensamiento generativo) y que se basaría en la integración de las capacidades propias de ambos hemisferios:
Essentially the world is converging towards a divergent mode of thought — today we can do both. We can be an artist and an engineer; we can be an accountant and a graphic designer; we can be a computer programmer and a CEO; we can be one thing and another even when we’re using diametrically opposed thinking styles.
En estas misma línea, un artículo aparecido en Abril en The New York Times, Let Computers Compute. It’s the Age of the Right Brain, explicaba la tendencia de muchas empresas norteamericanas a incorporar personas en sus equipos de gestión que, además de saber aplicar las herramientas de su hemisferio derecho, utilicen aproximaciones “artísticas”, propias del hemisferio dercho, a la resolución de problemas y diseño de estrategias. No se trata de prescindir del ingeniero o del MBA, se trata de que ese profesional sea capaz al tiempo de aplicar herramientas y enfoques propios del diseño o el arte. O, a la inversa, que un diseñador o un artista maneje las habilidades del ingeniero o del gestor.
2. Fernando Flores, junto con Francisco Varela, ha publicado en cuatro entregas su blog el ensayo Educación y Transformación (1, 2, 3 y 4), que nace como respuesta a su preocupación por el futuro de Chile, aunque sus reflexiones tienen unas implicaciones globales. El análisis de Flores y Varela parte de la evidencia de que nos encontramos en una encrucijada, en un momento de transformación social radical desde el espacio cartesiano en el que habitamos los últimos siglos, caracterizado por la planificación, la optimización y el control (que se aplicaron desde los sistemas productivos a la propia organización de la vida o a la educación):
En la fase culminante del Espacio Cartesiano y el control, los agentes sociales más apreciados eran los de la conocida tríada: burócrata-experto-planificador. Son tres personajes pero forman un continuum espacial, una manera de apreciar y conformar un territorio. Son, esencialmente, los que en otro punto hemos designado como «agentes racionales». Su estilo expresa las características del espacio social del cartesianismo fundado en la jerarquización, la disciplina y la predictibilidad.
Pero este espacio, que aún se percibe como real, hace ya tiempo que dejó de existir y esta desaparición ha provocado dramas y angustia, por la incapacidad de adaptación y la incertidumbre que provoca un cambio de modelo. El ensayo identifica tres modelos de adaptación. En los extremos se situarían la rigidez y la hiper-flexibilidad. La primera postula que los cambios son transitorios y deberíamos mantener un modelo inmutable tratando de reconducir esas transformaciones que destruyen nuestro modo de vida (la política o la religión son ámbitos en los que la rigidez aparece como estrategia dominante). La segunda es una aproximación nihilista que abandona toda posibilidad de construir sobre bases comunes. En una posición intermedia se situaría la flexibilidad auténtica como única vía para un desarrollo social e individual en este nuevo mundo. Para lograr este modelo, se precisa una educación que forme agentes transformadores:
A nuestro nuevo actor social, que no es ninguno de los anteriores, queremos caracterizarlo con una nueva tríada: emprendedor-democrático-solidario. Este personaje, creador de futuro, lo designaremos con el nombre de agente transformador.
Agente transformador es aquel o aquella persona que está en contacto con una sensibilidad histórica de los espacios sociales y sus prácticas, que es de donde surge la identidad de las personas y las cosas. El agente transformador sabe que en el mundo de la hora presente siempre hay flujo y movimiento y que es posible aprovechar ese flujo para desplazar poderes y proponer productos, servicios y ofertas nuevas. No le preocupa no saber (lo cual paralizaría, por ejemplo, al burócrata y al experto). El agente transformador se conduce con prudencia y sabe cómo contactar y fundar redes de gente que le aporten las capacidades necesarias para llevar a buen fin un proyecto: trabaja en equipo, los moviliza y los forma. Tiene una sensibilidad atenta a las situaciones de ruptura y las aprovecha como posibilidades de atracción a los demás por el futuro que sabe proponer, un futuro destinado a hacer la vida más significativa para él y los otros. Se nutre espontáneamente en la vida comunitaria. Considera la innovación como un fenómeno asociado al trabajo y no como un rayo que desciende de las elites. Se auto impone el compromiso de aunar voluntades y sabe aceptar la disidencia y el conflicto con espíritu positivo: reconoce en ellos la variedad de la vida humana, componentes indispensables para llegar a una resonancia y no a la unificación hegemónica.
En la cuarta parte del ensayo Flores y Varela proponen la transformación del espacio educativo tradicional en tres dimensiones para lograr un modelo enfocado a la flexibilidad auténtica:
Primero: cultivar en los jóvenes una habilidad para habitar el lenguaje y reconocerlo como coordinación de acciones que traen mundos a la mano. Esta maestría es el fundamento de toda acción eficaz e innovadora.
Segundo: cultivar en los jóvenes una sensibilidad histórica para distinguir en la vida social del presente las anomalías que abren posibilidades, las ocasiones que permiten introducir una inflexión en la tradición en que vivimos. Esta maestría es básica para desarrollar nuestra capacidad de incorporar novedades y aunar las diversidades.
Tercero: cultivar en los jóvenes una capacidad corporal de estar presentes y conscientes de lo que constituye nuestra identidad, con hábitos de pensamiento y emociones. Esta maestría es esencial para mantener un bienestar presente que fortalezca nuestra autenticidad pública y privada.
Los ciudadanos emprededores, democráticos y solidarios presentarían estos perfiles sociales y culturales:
El pensamiento liberal celebra al empresario como un hombre que asume riesgos y hace un panegírico de ello. La izquierda tradicional lo reconoce como un enemigo o como un mal necesario. Ninguna de estas posiciones considera el fenómeno fundacional («ontológico») que significa este hombre siempre lanzado a nuevas posibilidades y a las anomalías en su entorno, que es para nosotros la clave de lo empresarial. Desde este punto de vista el enfoque de siempre no advierte que en un nivel fundamental podríamos considerar «empresarios» (hombres de empresa) a los buenos científicos, los grandes trabajadores sociales, los líderes comunales. Por cierto, el buen empresario capta intuitivamente esta dimensión a un cierto nivel. Nosotros postulamos la democratización de esta capacidad empresarial, pues la vemos inserta en la biología misma del ser humano. Está ahí como una potencialidad agazapada que el entorno social no ha sabido cultivar…
Hemos hecho referencia a chilenos democráticos. El ciudadano impregnado en las prácticas de transformación igual que el empresario, está abierto al flujo constante de un mundo en acción. A diferencia de la capacidad empresarial que se hace cargo de un determinado sector del acontecer, el ciudadano democrático se abre al flujo de un espacio público de conversaciones donde todo lo social es aludido. … el rol del ciudadano está en crear espacios de convivencia. Así como el empresario se hace cargo de las anomalías del mercado y en ellas basa sus oportunidades, el ciudadano democrático se hace cargo de la diversidad y de las condiciones de habla para que los espacios de convivencia ocurran.
Chilenos solidarios, decimos finalmente, porque nos reconocemos en un pasado histórico que se expresa en las raíces de la actualidad. Para celebrar las raíces comunes se requiere tener comunidades sanas. Cuando hay injusticias y falsedades, las raíces son conflictivas. Hay que cultivar una solidaridad que reconozca la existencia de un sector de la sociedad que no está preparado para ser agentes transformadores y, por ello, aparecerá citada bajo el umbral de pobreza hasta que puedan educarse adecuadamente para tomar su lugar en una sociedad donde el entrenamiento es indispensable. Tomando en cuenta este hecho, la solidaridad debe cultivar empresas de solidaridad, empresas no productivas, pero que originan un capital social cuyo valor va mucho más allá de los capitales inmediatos. En esta óptica solidaria, la sensibilidad y la preocupación por los demás deja de ser un sentimiento meramente humanitario para volver a encontrar sus raíces, es decir, una empatía por la situación del otro, fuente de una invención social común: un país para todos los chilenos.