Escrito por Alejandro Cervilla García Miércoles, 14 de Enero de 2009 14:30 para el Congreso de arquitectos 2009
Resumen
Cuando todo comenzó yo no era más que un recién licenciado que apenas tenía una serie de conocimientos imprecisos sobre espacio, geometría, dibujo o construcción. Pero pasado este tiempo, acumulo una experiencia y ciertas intuiciones sobre el valor de tres etapas fundamentales para la formación de un arquitecto. Con este texto, quiero compartir esta visión con todos aquellos que quieran dedicarse, en cuerpo y alma a la Arquitectura.
1. Sobre el valor de la formación en las Escuelas de Arquitectura
Nuestra formación como arquitectos comienza en la Escuela. Desde el primer día ya somos arquitectos. Pero a lo largo de todos estos años de estudio nunca llegaremos a tener un conocimiento claro y exacto de nuestra profesión. Son muchas y muy variadas las disciplinas que debemos aprender y apenas queda tiempo para asimilarlas. Sin embargo, podemos dar por satisfechos estos años si al finalizarlos sabemos dibujar y hacer maquetas. Me explico. Cuando hablo de saber dibujar, me refiero a saber dibujar un espacio; a saber representarlo mediante plantas, alzados y secciones; a tener una visión espacial suficientemente desarrollada como para expresarlo con el menor número posible de planos. Y dibujar el espacio es dibujar también todos los elementos que permiten que ese espacio esté en pie; su cimentación, su estructura, sus cerramientos, sus particiones, su carpintería, sus acabados, y sus instalaciones, que en parte, le dan vida. Dibujar el espacio es dibujar todos y cada uno de los elementos que se esconden bajo los suelos que pisamos, tras las paredes que tocamos, sobre los techos que nos cubren. El dibujo sólo será completo cuando incluya todos esos elementos, aunque no tengamos más que una leve idea sobre cómo se ponen en pie, o cómo se nombran.
Luego están las maquetas. Saber hacer maquetas es un doble ejercicio de gran interés. Por un lado, es una buena práctica para lo que será nuestra actividad como futuros arquitectos, porque nos obliga a conocer los materiales; cartón, papel, plástico, y sus medios de unión. Cuando hacemos maquetas somos constructores.
Adquirimos el material; el mínimo imprescindible para que la maqueta sea económica. Planificamos su construcción. Gestionamos un lugar para las herramientas. Ordenamos los plazos de ejecución. La maqueta es un interesante ejercicio de contacto con lo material. Debemos recordar que la Arquitectura es teoría, y sobre todo, práctica. Que no somos como los matemáticos, que se pueden permitir vivir en el mundo de las Ideas de Platón. Tarde o temprano debemos abandonarnos al mundo concreto de las realidades construidas.
Además, la maqueta es un buen ejercicio de síntesis. En los dibujos hemos analizado, hemos desarrollado un espacio, y como si de un microscopio se tratara, hemos desglosado todos los elementos de los que se compone. El ejercicio de la maqueta es un ejercicio inverso. Es un ejercicio de síntesis, porque se trata de desprendernos de todos los elementos que construyen el espacio para quedarnos con su esencia. Y esa esencia construida es la maqueta.
Saber analizar y saber sintetizar son las mejores habilidades que podemos adquirir durante nuestra etapa en la Escuela.
2. Sobre el valor de la formación en la práctica de Arquitectura
La formación se completa con la construcción de un edificio. En un estudio de Arquitectura aplicamos las habilidades de análisis y síntesis de las que antes hablábamos. Pero no se trata sólo de más dibujar, o de más construir maquetas. Se trata de entrar en contacto con la materialidad de la Arquitectura. La Arquitectura es construcción. Y la construcción no viene a ser sino esa fiel procesión de elementos que hemos dibujado en los planos, y que ahora se ponen en relación con armonía. Con la construcción, abandonamos el mundo teórico de las ideas, y pasamos al mundo de la materia y de su puesta en obra. Y ese conocimiento no puede adquirirse en la Escuela. Porque de lo que aquí se trata es de comprobar cómo se ponen en obra todos los elementos que previamente hemos dibujado.
La construcción es una mera cuestión de orden. De que primero vienen unas cosas y luego otras. Y de que esas cosas van relacionadas entre sí, algunas en el espacio, otras en el tiempo.
Cuando construimos damos escala a los espacios que hemos dibujado y aprendemos a valorar la medida de las cosas. La medida se convierte en algo esencial. Por un lado, la medida de los espacios, que podemos comenzar a comprobar físicamente, a sentirla, a asimilarla. Seguramente cambiará nuestra percepción sobre aquello que habíamos dibujado. Luego está la medida en relación al espacio físico que ocupan los materiales. Y aquí es cuando se cae la venda de nuestros ojos. Los materiales ocupan un espacio muy importante. Un día, durante una visita de obra, comprobamos que el armado, tal y como habíamos dibujado en un detalle constructivo, era imposible de colocar.
Tuvimos que coger con nuestras manos las barras, tuvimos que admitir que los materiales exigían un espacio y que su disposición obedecía a un orden. Con ayuda del encargado modificamos el detalle, y el orden de la puesta en obra de los elementos que lo configuraban. Eso es el contacto directo con los materiales. Sentirlos, vivirlos, expresarlos.
La conciencia de la materialidad del espacio y de los elementos que lo configuran es el mayor aprendizaje que adquirimos en una obra. Y con ella, viene la toma de conciencia de la medida, y por tanto de la escala y la proporción. Y luego viene la textura de los materiales y sobre todo, la luz.
Pero que no se nos olvide el tempo de la construcción. La obra es casi una representación teatral. Y en la sucesión de las escenas, el proyecto cambia. De hecho, el proyecto nunca termina hasta que no se termina la obra. La materialidad de la obra moldea el proyecto, y lo juzga. Premia las horas de trabajo, de profunda reflexión previa, pero castiga inexorablemente aquello que no has definido correctamente. Y la rectificación, si llega tarde, debe esperar a tu siguiente obra.
3 Sobre el valor de la formación como personas…
…Antes que arquitectos. Recordemos que la Arquitectura es sólo el camino que hemos elegido para esta vida. Y si es importante una profunda formación humana en cualquier disciplina, más aún en la Arquitectura, que es un trabajo de equipo. Me sería difícil enumerar todas las virtudes que debemos cultivar como arquitectos. Van aquí unas pocas.
Una gran responsabilidad de lo que somos, y de lo que queremos hacer.
Una plena generosidad.
Una profunda humildad.
Una constancia infinita, con un trabajo continuo, constante, sin altibajos.
Una gran ejemplaridad: Sin fisuras, sin nada al azar, sin espacios en blanco. Un trabajo propio bien hecho.
Rigor: El dominio de la técnica. La arquitectura es construcción. Con rigor.
Sobriedad: Una arquitectura y una vida sin excesos, sin adornos, en la que no sobre ni falte nada.
Un hambre insaciable de aprender. Hay que estar siempre en forma, hay que estar aprendiendo siempre; de los libros, de los edificios. Hay que estudiar en la Historia de la Arquitectura los grandes ejemplos que nos han dejado los maestros. Y hay que aprender de los maestros que aún nos acompañan, de su trabajo bien hecho, de su calidad humana, de su entrega. Con perseverancia, con esfuerzo y con espíritu de servicio, los maestros descubren nuevos horizontes. Y también con sencillez. Y con naturalidad. Con integridad y con libertad.