¿Se parece la arquitectura a Soylent Green?


A finales de los años 60 y hasta mediados de los 70 el cine de ciencia-ficción comienza a adquirir una dimensión sombría, quizá tratando de prevenirnos de que se avecinan ‘malos tiempos para la lírica’: ‘El planeta de los simios’ (Franklin J. Schaffner, 1968) o Soylent Green (Richard Fleischer,1973). Ambas giran en torno a la idea de un futuro circular, no concéntrico, sino engullido por el sumidero de nuestro propio fracaso.

Soylent Green posee la estructura tradicional del cine policiaco, encuadrado en un hipotético futuro no muy lejano. Protagonizada por Charlton Heston (oficial Thorn), que con la ayuda de un anciano Edward G. Robinson (Sol Roth), investiga el asesinato de un alto ejecutivo de la multinacional Alimentos Soylent, lo que los llevará a descubrir el terrible secreto que se esconde tras el producto que se ha convertido en el alimento básico de la humanidad: el Soylent Green.

Más allá de la lectura ecologista, la imagen del hombre agotado que se alimenta de la carroña del propio hombre deviene en metáfora del final de nuestras ideas.

Realmente, ¿estamos ante el fin de la arquitectura?; ¿se trata del agotamiento definitivo del pozo de las ideas, empobrecidas por la endogamia y la reutilización? Muchos tratan de encontrar respuestas alejadas de la abstracción. Respuestas del tipo «ya no quedan buenos arquitectos», «ya está todo inventado y sólo queda volver a lo pasado», «la culpa es del público, que compra cualquier cosa que se ofrece» o «si el público no pide más, no hay razón para buscar nuevas ideas, puesto que toda novedad implica un riesgo de perder clientes».

Sin embargo hay razones para sospechar de que se trata de algo más profundo, que nos encontramos ante un cambio esencial que afecta a nuestras relaciones con la materia y con las ideas, ante el cual aún no tenemos las respuestas y del que tan sólo podemos vislumbrar algunos de sus primeros efectos colaterales. Virilo reflexiona sobre este cambio y trata de explicarlo como un nuevo escenario en el que la materia, compuesta por masa y energía incorpora una nueva dimensión, la información. Mientras la masa está aún conectada con la gravedad y la materialidad, la información tiende a ser fugitiva…

Todo tipo de materia está a punto de desaparecer en favor de la información. Lo podemos ver también como un cambio de estética. Para mí, desaparecer no significa ser eliminado. Así como el Atlántico, que sigue ahí a pesar de que no podemos sentirlo cuando volamos sobre él. […] Lo mismo pasa con la arquitectura: va a continuar existiendo, pero en estado de desaparición.

(Virilio entrevistado por Ruby, Beckmann, 1998).

Quizá esos primeros efectos colaterales de ese cambio aún más profundo sean los esbozados por Alvaro Míguez en ‘El Fin de la Arquitectura’. La idea de una «materialidad que se desmaterializa», una noción que resulta paradójica: el esfuerzo de construir un objeto que lucha invariablemente por deshacerse de su propia constructividad. Míguez se queda en una explicación meramente formal, según la cual de alguna forma los caminos conceptuales y formales desarrollados por el diseño y la arquitectura contemporánea auspician su propia desaparición. Esta desaparición sería resultado de diferentes posturas que proponen la fragmentación, la desmaterialización y la estructuración biomórfica como conceptos principales del hacer constructivo, enfrentados al concepto constructivo tradicional.

Me resisto a creer, sin embargo, que esa crisis sea algo explicable simplemente desde una óptica formalista, representado por una arquitectura compleja o defragmentada cuya concepción ha facilitado sobremanera el empleo de la informática y las nuevas herramientas de visualización.

Míguez se queda en una explicación meramente formal, según la cual de alguna forma los caminos conceptuales y formales desarrollados por el diseño y la arquitectura contemporánea auspician su propia desaparición

Prefiero pensar, siguiendo las claves de Virilio, que nos encontramos en pleno ataque de masas de picnolepsia (enfermedad por la cual una persona se ausenta temporalmente de los espacios en un estado de abstracción patológica). Los azares tecnológicos habrían recreado las circunstancias desincronizantes de las crisis picnolépticas, puesto que ‘lo que llega’ posee tal adelanto sobre ‘lo que pensamos’, sobre nuestras intenciones, que jamás podremos alcanzarlo, ni conocer su verdadera apariencia.

Nos hallaríamos en un nuevo marco gobernado por una libertad que se permite al ser humano para inventar sus propias relaciones con el tiempo y así dejar paso a la potencia creadora de lo no visto y el poder de la ausencia. Una suerte de última escena de Until the End of The World (Wim Wenders, 1991), donde Solveig Dommartin queda abducida por una pantalla en la que visualiza sus propios sueños.

*Ángel Gil Bernaldo de Quirós es arquitecto.


*Para saber más:

  • VIRILIO, P. 1991. ‘The Aesthetics of Disappearance. New York/Paris, Semiotex(e)’.
  • BECKMANN, J. (ed). 1998. ‘The Virtual Dimension: Architecture, Representation, and Crash Culture’.
  • MÍGUEZ, A. ‘El Fin de la Arquitectura’. Ensayo, 2007.
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