El domingo pasado vi con mis hijos ‘Charlie y la fábrica de chocolate‘ de Tim Burton. Unos días antes había estado ojeando el último Croquis, ‘Prácticas Arquitectónicas’, en el que, con la exquisita pulcritud que maneja la revista, se mostraban las últimas producciones de algunos de los estudios españoles más reconocidos en la actualidad. En el homogéneo cocido arquitectónico de indudable calidad media, destacaban, como una stripper en un convento, las propuestas de Andrés Jaque. Mientras contemplaba los decorados del interior de la fábrica de chocolate de Willy Wonka, no pude evitar acordarme de la Tupper Home de Jaque.
El mundo de ‘Charlie y la fábrica de chocolate’, de Tim Burton.
Tres consideraciones con respecto a esta asociación que me han ofrecido las extrañas y desesperanzadas navidades que vivimos:
La primera y más obvia son las similitudes físicas entre el espacio recreado por uno y construido por el otro. Ambos transmiten la inquietante sensación de estar habitando el espacio de un sueño, un espacio verosímil pero irreal. Al igual que en ‘Alicia en el país de las maravillas’ de Carrol, las cosas están donde debían estar, pero un poquito desplazadas; o son ligeramente más grandes; o tienen un color demasiado intenso (saturado dicen ahora lo más modernos). El conjunto adquiere un aspecto reconocible y cotidiano, pero curiosamente artificial, que se adhiere a nuestra memoria como una garrapata.
Esta estrategia de deformación, malformación o hipertrofia de algún aspecto de la realidad es perfectamente válida y ha sido utilizada en infinidad de ocasiones a lo largo de la historia del arte y la ciencia. Sin embargo, cuando invade la totalidad de la obra, la lanza inexorablemente al territorio de lo onírico. El ejercicio de rellenar los agujeros negros que dejan nuestros sueños es extremadamente complejo. En demasiadas ocasiones, supongo que mediante algún mecanismo de regresión al útero materno que desconozco, se recurre a lo ingenuo, lo infantil o simplemente lo absurdo, como engrudo aglutinante de las perversiones soñadas que sí han conseguido viajar hasta nuestro yo consciente. Naíf es el pretencioso nombre con el que hemos denominado a todo este conjunto de actos fallidos y prescindibles con los que algunos han pretendido mostrar las profundidades del ser humano.
No creo que este sea el caso ni de Burton ni de Jaque. Aunque sí me parece entrever algunos tics recurrentes y cansados en sus obras, que precipitadamente interpretados empujan hacia una lectura demasiado ingenua de sus propuestas.
La ‘Tupper Home’ de Jaque.
La segunda tiene que ver con la fórmula mágica del cine del denostado mundillo de Hollywood: para tener auténtico éxito comercial hay que hacer películas para niños que gusten a los mayores. Formulación terrorífica por su crudeza, por su precisión y, desde un punto de vista más personal, por el lugar que nos reserva a los ‘mayores’. Lo cierto es que un personaje aparentemente independiente del sistema, en algunos casos hasta contestatario, como Tim Burton, le ha cogido muy bien la medida a esta pócima del éxito.
Esta contradicción o paradoja, según se prefiera, también se produce en el ámbito de lo arquitectónico. Curiosamente, las propuestas de los arquitectos autodenominados ‘outsiders’ del sistema son mucho más sistemáticas y homogéneas en su desarrollo que aquellas que provienen de los aceptan humildemente su papel convencional en el engranaje social. Es sorprendente cómo el discurso que acompaña a la gran mayoría de los ‘modernos’ de la escena cultural responde a un patrón rabiosamente uniforme. Esta homogeneidad asusta, al menos tanto como el poder de la rueda oficialista.
Si recurrimos al humor, que ya sé que no es una actitud demasiado valorada entre las hordas modernas, podemos esbozar un telegráfico manual para la redacción de la memoria de un proyecto auténticamente en consonancia con nuestro tiempo:
- Todo es política. La justificación y motivación profunda de todo acto debe ser política. De no ser así, el acto debe considerarse superficial y gratuito y por lo tanto deleznable. Toda actividad humana debe dirigirse a la construcción de una sociedad más democrática, igualitaria y participativa (a partes iguales, claro). No se suele explicar con demasiada claridad en qué medida y de qué forma la reforma de, por ejemplo, un cuarto de baño puede recoger estos conceptos, pero es igual, deberá hacerlo (o decir que lo hace).
- La respuesta a todos los problemas está en la ecotecnología. Una adecuada combinación de estos dos factores (se permiten ligeras variaciones en la dosificación de uno y otro), garantiza la obtención de resultado plenamente satisfactorio para la sociedad, al mismo tiempo que tranquiliza la conciencia culpable del autor.
- Por último y no menos importante: hay que ponerle un nombre rarito a aquello que se ha hecho. Pegadizo y ocurrente. Puede ser una buena estrategia la utilización del inglés, por aquello de internacionalizar el producto. La aliteración tampoco funciona mal. O los acrónimos. O… En fin, cualquier cosa que garantice que el nombre quedará grabado en la memoria del receptor, por supuesto independientemente de su contenido real.
Afortunadamente, la calidad de los resultados de este tipo de discursos está con frecuencia muy por encima de aquello que parecían anunciar. Eso nos salva por el momento.
Una escena de ‘Charlie y la fábrica de chocolate’.
Hay un aspecto final que sí me parece pertinente destacar de muchas propuestas (todavía mayoritariamente sólo eso) que se están realizando desde algunos estudios de arquitectura jóvenes y brillantes. Más allá de nuevos mundos soñados o de pensamientos únicos que supuestamente cuestionan el sistema. La mayoría de ellas lanza una imagen de ligereza y provisionalidad que choca frontalmente con los conceptos de estabilidad y permanencia característicos de la arquitectura. Es muy cierto que en ocasiones contemplo Palacios de Congresos o Museos de Arte Contemporáneo recién inaugurados y me invade la sensación de estar frente al Partenón griego. Limpios, puros y eternos. Hay una extraña contradicción profunda entre esta forma de entender la arquitectura y los tiempos veloces y sostenibles que recorremos. Demasiada masa, demasiada inercia, demasiada energía, para obtener un resultado puede que hermoso, pero definitivamente mínimo en relación con los medios que utiliza.
La crisis actual no hace sino acentuar esta sensación de lujo injustificable de la arquitectura. Caminamos hacia tiempos de precariedad. Intuyo que la imagen de la arquitectura del futuro se aproximará efectivamente a lo ligero y provisional como preconizan los estudios más vanguardistas. Pero, más por motivos de falta de recursos físicos reales que por otro tipo de consideraciones universales.
* Diego Fullaondo es arquitecto y uno de los directores del estudio IN-fact arquitectura.